
Adelante, he dejado la puerta abierta. Sólo tienes que inclinarte, te voy a susurrar algo al oído. Espero no morderte cuando te acerques pero es que estoy algo nervioso, irascible, y perdona mi inquietud pero no puedo dejar de mover la pierna. No sé qué coño me pasa; será por eso de olvidar, que nunca recuerdo cómo hacerlo.
Resulta que últimamente me cuesta trabajo ponerme las zapatillas (manías mías), y más aún levantarme de la cama, sobre todo después de haber estado recitando todo lo que me escribiste como uno de esos putos locos melodramáticos. Aunque no se qué puedes esperar; se trata de mí, de mi incomprensible adicción a la cobardía y de esa incompatibilidad con la conformidad (errante). Y la cuestión es que no me cuesta mirarte a la cara y me produce (sí, ¿porqué no?) apatía creer que nada de lo que digo o te hago ver prolifera.
Deduzco que la incertidumbre por la que paso no es más que otra caída en la más sana bipolaridad, que el reflejo de lo que espero está ahí detrás… solo tengo que asomar la cabeza. Y reconozco que en ocasiones no está de más sentir que el mundo estalla en tus pies. Sólo quítate el maquillaje, cierra los ojos y suelta el volante.
(Que pases un día kikirikí)