23 de agosto de 2007

Luego está ella


Déjalo estar, no tiene más explicación. Gozas de un suspiro sano y te arrepientes de aquello que hiciste hace ya alguna década. Logras aferrarte a los rincones de tu intelecto, buscas en ellos lo que te puede ayudar a deshacerte de esa dama de blanco; pero la soledad puede ser una gran amiga si goza de tu desconfianza, aunque no duda asolar tu estado de ánimo si le pides que te extienda su mano. Y sin tartamudear en exceso podría aún conseguir que se diera la vuelta de vez en cuando, pero en ocasiones es cuanto alguien desea tener a su lado. Y sí, con miedo tratas de explicar ésto como si estuvieras narrando un cuento, pero odias cuando al final tiendes a fruncir el ceño para evitar llorar delante de ese niño que te escucha tan tan atento. Y sí, lo derivas en desolación, guerra y esas cosas que tanto nos importan, pero tiendo a pecar de hipócrita cuando aún sonrío al hablar de ella y de lo feliz que soy cuando me acompaña. Claro que, bueno, mirándolo desde el otro lado del espejo, el afortunado soy yo.

(Confío no ande perdido)