2 de septiembre de 2009

Catorce


Fruto de su desesperación ahogó sus penas en aquel rincón donde solían sentarse a verlas pasar. Y también fruto de esa arrogancia que marcaba su personalidad odió a cualquiera que gozara con su balbuceo.

Erguido, como solía imaginar, se mantuvo durante horas en la penumbra buscando aquella luna marrón que cada cien años lloraba por su soledad. Y si bien cien años eran muchos él siempre supo que nadar errante sería mucho peor que morir alentado por el miedo.


Saltó.

(Y todos sabemos como acabó)