5 de agosto de 2008

Y no hablo, sino de mi misma


Siempre echas a andar desde las puertas del cielo y sin saber cómo terminas, al final, trabajando para el Diablo. Tienes las llaves para encerrar el pasado en una jaula de titanio y eso es lo que precisamente te asusta: elegir el titano por ser más caro aún sabiéndolo menos certero, poco seguro.
Escribes en metáfora porque pecas de ignorar lo que se ha definido como claridad y lo único que consigues es expresión pues, al fin y al cabo, nadie entiende el mensaje. Posiblemente sea así de la manera más acertada porque de contar a grito tu historia, tu desventura… quién sabe dónde te encerrarían. Puede que tu vida sea como una tragedia, una obra dramática con historias de apariencia fatal que mueven por igual, a la compasión y al espanto de los demás. Y tus conflictos son pensados por un Dios que los ha creado para que todos los espectadores purifiquen su alma en tus pasiones, para que tan solo consideren el por qué del enigma del destino humano; una vida en la que la pugna entre libertad y necesidad siempre termina en un final fatídico.
Te ciñes a mirar a través de un rostro que sólo los años te han antojado vagamente familiar; porque aunque no te atreves ni siquiera a pronunciar, al menos piensas que los que sepan leer en tus ojos descubrirán en ti a un mendigo, el paradigma perfecto del que un buen día se atreverá a renunciar a ese deber de responsabilidad al que lo ha soslayado esta Sociedad.

2 comentarios:

Nachete dijo...

¿Qué Sociedad?

¡ah! me ha encantado.

Caliope dijo...

La sociedad del Capital querido Nacho.