
No tengo nada que decir.
Si asumo 100 maneras para 13 cosas diferentes ¿por qué no probarlas todas? Al llegar a la trigésimo séptima: Gracias por pasarme el cuchillo… creo que me he cortado la mano. Sí, supongo que es por esto.
¿Puede nuestra mente llegar a ser algo más que una llana extensión de nuestras necesidades animales? Dicen del miedo tres cosas: a lo desconocido, al cambio y a la muerte. Para todos ellos, 100 reacciones, 99 instintivas y 1 mental: la movida por la vanidad. Pero, si la vanidad normalmente supera al sentido común, a la sazón puede ya superar a la sabiduría. Entonces, ¿atreverse o no atreverse? Porque se rumorea por aquí, en el paraíso de los suicidas de pasión, que “o empieza contigo o muere contigo”.
Si ese que eres es, en realidad, aquel que deseaste ser, ¿quién gana? ¿Un yo prefabricado o uno maquinal e indeliberado? El poeta místico musulmán Rumi dijo: Nadie consigue crecer salvo los libres de deseo. Apelemos, pues, a eso de que las mejores soluciones son siempre las más simples. Pero el apetito de acción es intuitivo…
Voy a darme prisa en vivir, por si acaso me equivoco y al final tengo que recurrir a la secta de las reencarnaciones por eso de que me lleven a Saturno a vivir lo que aquí no me de tiempo.
Lancemos un nuevo silogismo. Ahí van mis tres proposiciones:
- El deseo es individual.
- La felicidad, el sentido último de mi existencia, es común.
= Vivamos el sueño personal en una comuna China.
UMMM, me quedo corta en la ironía… procede, por lo tanto, un argumento cornuto:
- Mis vicios tienen que ser castigados en esta vida o en la “otra”; hecho es que no siempre son castigados en ésta, luego han de ser castigados en la otra.
Y la otra me queda aún tan lejos (que sí, que lo digo yo) que voy a viciar mi alma hasta lo imperdonable (sisean, últimamente en la casa del Perfecto, que al Diablo le gustan las Verónicas). Pero voy a hacerlo escuchando el silencio, el vacío de palabra de aquellas personas de autoridad, que siendo natural sepan de una cosa, por ser concerniente al saber universal, la omiten, y los que ignoran, como yo, tenemos que aprehender el doble de sus mutismos.